En estos tiempos en que el colapso de las izquierdas tradicionales al nivel mundial es evidente y en el que las amenazas contra el bienestar y la seguridad de los pueblos nos han arrojado a la barbarie, el dilema ya no es el clásico de socialismo o barbarie, sino de socialismo o muerte.
Cuando un organismo no es capaz superar los cambios en su entorno entra en crisis, y si la crisis no es superada se convierte en un desastre, es decir, en daño a las estructuras vitales del organismo.
Los terremotos del 7 y el 19 de septiembre, con sus múltiples réplicas que siguen todavía en estos días, han sacudido a México desde sus profundidades telúricas hasta sus cimas políticas.
Poco antes de la media noche del jueves 7 de septiembre –apenas unas horas después de la lucha callejera por la presencia de Peña Nieto en Oaxaca– un terremoto sacudió todo el sur del país. En la ciudad de México, millones fueron asustados por las sacudidas del suelo. Pero ese susto no es nada comparado con la destrucción material y de vidas humanas ocurridas en el Istmo de Tehuantepec
Después de Rosario Ibarra de Piedra en 1988, postulada por el PRT y el POS, no ha habido en México una candidatura presidencial identificada con los sectores más pobres de la población.
La compleja y dramática situación de Venezuela en los últimos días está llegando a momentos cruciales, esos en los que se anuncian cambios decisivos, rupturas históricas.